Mi tocayo Wilhelm Steinitz fue el primer Campeón del Mundo de Ajedrez a nivel oficial tras vencer a Johannes Zukertort para luego más tarde ser superado por el legendario Emanuel Lasker quien mantuvo su título durante casi tres décadas.
Profeso un gran cariño por Steinitz, el primer campeón mundial de ajedrez. Pero, sabes, no es el cariño ese que se siente por las personas que uno conoce personalmente, sino algo un poquito más profundo, una comprensión del alma (si existe) del ser humano ese del que se lee en los libros, que se adivina por los actos de su vida, por la pasión que lo consumió.
Era pequeño, feo, gordito y cojeaba, probablemente de una malformación en su pierna derecha. Pobre de vivir al día, contando los chelines ganados a fuerza de zampar peones débiles, ocupar columnas abiertas y propinar jaque mates. Y era honesto, sobre todo consigo mismo, pues su vida era el Ajedrez, así lo decía, y así fue hasta el final de sus días. (Fischer es el legítimo heredero de Steinitz, pero Fischer traicionó su legado abandonando el campo de batalla: Steinitz siempre dio la bienvenida a una buena pelea)
Steinitz tenía un carácter filibustero y la palabra afilada, cualidades que le permitía responder a los ataques personales con prontitud y fiereza. Porque hubo ataques, sí señor, por toneladas. Su obstinación en defender su teoría moderna del ajedrez le valió enemigos por racimos: muchos criticaban su teoría por aburrida y a veces hasta por errónea (sobre todo la parte esa donde sostenía que el rey era una pieza fuerte que podía salir a la batalla por sí mismo). Pero no hay nada más contundente en Ajedrez que las victorias, y de esas hubo muchas, sobre todo cuando se inventó de la nada el título “Campeón del Mundo” como premio para el ganador del match contra el otro gran jugador del momento, Zukertort.
Pero también hubo derrotas. He leído en alguna parte que era mal perdedor, pero quién no. Para él era como cortejar al amor de su vida y que
ella (tú sabes, Caissa), le diera la negativa por respuesta. Pero vamos, que si has leído hasta aquí sabes a que me refiero. Esa angustia que te invade al preguntarte dónde carajo están esas horas que desperdiciaste jugando a este juego tan horrible, esas ganas inmensas de decirle cuatro barbaridades a tu rival (¡¡Cómo me es posible perder con este idiota!!)Pero no nos engañemos, sabes que no sientes odio hacia el Ajedrez, ni contra el que te venció, sino tu furia es en realidad contra ti mismo, que no has podido evitar la derrota, cometiendo esos errores estúpidos de los que ahora te arrepientes. Míralo desde otro punto de vista: has ganado una lección gratis.
O pudieras hacer como Steinitz. En 1894, cuando perdió el match por el campeonato del mundo contra otro grande, Emanuel Lasker, se levantó y sin rencores exclamó:
-¡Tres hurras por el nuevo campeón mundial! ¡Hurra, Hurra, Hurra…!
Sí, le tengo un gran cariño a Steinitz. Me ha enseñado tanto que muero de envidia. Lo recordaré la próxima vez que pierda una partida.
*
Antes de morir, Steinitz, pobre diablo, le ganaba a Dios dándole un peón de ventaja. Al menos eso era lo que decía en el hospital psiquiátrico del cual era paciente.
De eso también se puede aprender.
Las teorías de Steinitz suponen la transición de la época romántica (ataques al rey y sacrificios a toda costa) a la moderna, donde una evaluación más mesurada de los elementos estáticos de la posición debía decidir la continuación correcta a seguir. (Elementos estáticos: configuración de peones, piezas en el tablero, líneas abiertas, etc) Su contribución fue enorme, tanto como pudo serlo la manzana de Newton y el descubrimiento de la gravedad, por lo que pudiéramos llamarlo “El Newton del Ajedrez”. Fue la base de la escuela hipermoderna en los años 20 y de toda la teoría del juego posicional que ha llovido hasta nuestros días.
William Steinitz fue un genio. Pudo ver lo que nadie vio.
¡Tres hurras por Steinitz!
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