Emanuel Lasker posiblemente sea uno de los campeones del mundo de ajedrez más entrañables con el permiso de Magnus Carlsen y por haber sido campeón del mundo durante 27 años consecutivos tras derrotar a Steinitz y ser superado por Capablanca en el match de la Havana.
A mí me deja indiferente Kasparov, con toda su aura del Mejor Ajedrecista de todos los tiempos (que lo es), su excepcional personalidad y su fachada de macho Alfa; me quito el sombrero e hincho el pecho de orgullo ante las excelentes partidas y el poco esfuerzo que Capablanca parecía dedicarle al ajedrez, pero al final, cuando el viento aplaca y el polvo se asienta, me doy cuenta que sólo sufro de un exagerado culto nacionalista por mi compatriota. Me alelan las abstractas construcciones de Botvinnik, Smyslov, Petrosian y Karpov, con todo y su didactismo y lo mucho que le debe mi juego. Me exaltan las partidas de Alekhine, Tal, Spassky y Fischer, y suelo atornillar las piezas cuando alguna jugada genial aparece de la nada, y a veces digo ¡Brocha!, que es como en mi terruño le decíamos a las jugadas con doble y triple signo de admiración. Y a veces me aburre reproducir a base de teclas 30 jugadas antes de llegar lo que son realmente las partidas de los grandes de hoy, Anand, Carlsen, Kramnik, Topalov… y a pesar de que son grandes partidas -y muchas de ellas geniales-, a veces me queda la duda si ellos realmente jugaron esas partidas, o sólo han seguido análisis de sus computadoras.
Pero todo lo anterior se queda pequeño ante mi admiración por el ajedrez y la persona de Emanuel Lasker, Segundo Campeón Mundial de ajedrez de 1894 al 1921.
En el 90, mucho antes que Chessbase con sus millones de partidas llegase a Cuba, mi entrenador de entonces me prestó un preciado libro rojo y gordo con todas las partidas de Lasker: “Escoje algunas de las partidas en que Lasker está perdido o escoge defensas y aperturas inferiores”, me dijo, “y dime luego por que ganó”.
Era extraña la manera en que él planteó la tarea, pero sin dudas tenía que ver con la desilusión de mi juego al caer en posiciones perdidas, o mi apego por la teoría de las aperturas. Lo cierto que fue una sabia decisión.
La ruta 222, que solía ir desde el municipio de la Lisa (donde estaba situada la escuela de deportes) hasta el Parque Central de la Habana. Era inevitable usarla, y muchas veces monté como las personas que estan en la imagen.
Por entonces el transporte en la Habana pasaba uno de sus peores momentos, y mi trayecto era de un lado extremo de la ciudad al otro: me podía pasar cuatro horas en el trayecto de ida o de vuelta. Así que cuando llegaba la hora de salir de la escuela, las cinco de la tarde si la memoria no me falla, mi llegada a la casa podía ser a las 9 de la noche. Teniendo como marco esta situación, es comprensible que intentara usar ese tiempo para hacer tareas pendientes… pero nada es fácil en Cuba. El transporte era (es) esquivo y escaso, había que correr detras de las guaguas (omnibus) y si tenías la suerte de tenerla frente a ti, luchar contra la jauría humana que perseguía el mismo objetivo que tú: llegar a casa lo más rápido posible. Y para colmo, era tan pocas las veces que aparecía un monstruo de esos, que si querías salir del lugar, no solo tenías que montarte dentro por las ventanas, sino también arriesgarte la vida e ir enganchado a la puerta junto a otros como tú. Para rematar, si lograbas entrar, eras aplastado entre cientos de personas, sin posibilidad de moverte y con poco oxígeno, y arrastrado por las mareas que cada parada ocasionaba. En esas condiciones por supuesto que yo esperaba a estar en la casa a la noche y hacer mis tareas… Sin embargo…
Sin embargo, había cometido el “error” de comenzar el libro antes de salir de la escuela, y estaba fascinado con una partida en la que Lasker estaba totalmente perdido (a primera vista) pero que su adversario no podia encontrar la manera de remate, y parecía que no que no, que no hay gane, pero que
sí, que la posición desafiaba a tanta lógica del ajedrez, que debía perder, y veías que Lasker caminaba por una cuerda floja que no terminaba, pero que gracias a vaya usted a saber qué, las jugadas del bando con ventaja parecian cada vez más débiles, y las de Lasker más fuertes, y de repente el timbre sonó en toda la escuela y con el libro en la mano me encaminé a la salida, pensando en variantes para rematar el atrevido rey de Lasker, enganchado sin remedio como algunas y algunos lo hacen con las telenovelas.Lo que sigue a continuación es una historia que algunos de mis amigos gustan de contar, sobre todo el MF Raúl Perez que fue testigo presencial: en la parada de omnibus, mientras todos corrían detras de guaguas que no paraban, yo (libro abierto y perdido en mi mundo) esperaba tranquilamente que alguna parase delante de mí. Cuando una lo hizo, era inmontable, excepto si querías viajar enganchado (vea foto). Así lo hice, y para asombro de muchos, hice el recorrido al centro de la Habana enganchado de una mano de las puertas de una ruta 222, leyendo las partidas de Lasker.
Muchos dicen que psicología, que si él escogía jugadas inferiores para desequilibrar la posición y la psique de su adversario, que si lanzaba a sus oponentes a posiciones en las que él no se sentía a gusto… aghhh… todo eso puede ser verdad, sin embargo, lo cierto es que la gran fortaleza del Emanuel Lasker consistía no sólo en su extraordinaria fuerza de juego, y el desarrollo posterior de las teorías de Steinitz, sino también en su tremenda fuerza de voluntad que le permitía estar a pie de guerra en las posiciones más inferiores de la Historia del ajedrez, y extraerle los recursos más preciados como si fuese un minero. Porque eso es una defensa tenaz: cavar en una posición para extraerle los planes y las jugadas más precisas, y pasar al contraataque en el momento oportuno, emergiendo a la superficie con el oro de la victoria. Lasker, rey Midas.
El estilo en ajedrez, como muchos de ustedes saben, es una manifestación del carácter del jugador, y el estilo único de Lasker no era lo menos: desde una pobreza extrema, supo terminar sus estudios, a la vez que se abría paso en el difícil mundo del Ajedrez alemán, dominado por otro grande, Siegbert Tarrasch. Tenía muchas pasiones, entre ellas la Filosofía (sobre la cual escribió varios tratados) y las Matemáticas, y otros juegos como el bridge y el difícil juego del Go. Después de conquistar el campeonato del mundo de manos de Steinitz, dedicó varios años a conquistar el doctorado (Ph.D) en Matemáticas, y lo logró en 1902. Doctor en Matemáticas! Y todo eso manteniendo el título de Campeón del Mundo durante un imbatido récord de 27 años, y además casado! 😉 No sé a ustedes, pero a mí todo eso me parece totalmente del otro mundo. No es fácil lograr todo eso en el plazo de una vida.
Sufrió la pobreza varias veces, sobre todo cuando tuvo que huir de Alemania por ser judío y todas sus posesiones, conquistadas con el sudor de sus neuronas, fueron confiscadas. Vivió un tiempo en la Unión Soviética, pero prefirió la pobreza de un intelectual librepensador en Norteamérica a los subsidios esclavizantes de un estado totalitario.
Al final, perdió la partida de su vida a los 72 años, en Nueva York, el 11 de enero de 1941, una fecha que lamento haya pasado inadvertida. Está enterrado en el cementerio Beth Olom, en Queens.
Sin dudas, le debo más que una visita.
Por eso, si alguna vez juegan conmigo y estoy en una posición perdida y no acabo de rendirme, no es que me falte la verguenza, es que estoy tratando de revivir un muerto, todavía montado en una ruta 222, invocando el espíritu de Lasker -que casi nunca me escucha. Tengan paciencia, en algún momento despertaré.
Artículo Extraído de Ajedrez de Entrenamiento.
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